El amor, el trabajo y el conocimiento son los manantiales de nuestra vida. También deben gobernarla

Wilhelm Reich

La sexualidad es un fenómeno fascinante, entender que es parte inherente de nuestra vida es estar dispuestos a conocer y explorar las emociones, creencias, sentimientos y conductas que están relacionados con ella.

Sin embargo, los falsos conceptos, las creencias, las ideas distorsionadas acerca de la sexualidad, los programas mentales rígidos y una serie de mitos y tabúes frenan las posibilidades del crecimiento sano de una persona.

Si consideramos las diversas maneras de vivir la sexualidad, podemos mencionar que existe un amplio espectro en la cultura en el que viven las personas. Es innegable el impacto que tiene el entorno social en la determinación del ser sexuado. Desafortunadamente muchos mitos y falacias influyen para que la sexualidad sea asumida con sentimientos de culpa, en otras ocasiones con miedo, ansiedad y angustia, y en muchas otras con libertad y gratificación.

Es en la familia donde incorporamos di- versos esquemas con respecto al autoconcepto, erotismo, juegos sexuales, temores ante situaciones o vivencias placenteras, o bien, la guía amorosa y plena hacia un acercamiento sano con uno mismo y hacia otros.

En muchas ocasiones se aceptan como “normales” algunas prácticas sólo si van de acuerdo con las “mayorías”, enmarcadas por algunas doctrinas religiosas y, además, en función del poder político de algunas sociedades. Aquello que no concuerda con lo que muchos consideran la norma, es rechazado.

Podemos hablar de las diferentes formas en que las personas se orientan sexualmente en la vida. Ante ello, se reconocen tres tipos de orientación sexual: la heterosexual, la homosexual y la bisexual.

Mientras que la bisexualidad se refiere a la orientación sexual, erótica y afectiva hacia personas de ambos sexos, la homosexualidad se refiere a la atracción erótica y afectiva hacia personas del mismo sexo.

Lo anterior nos lleva a referirnos al tema de la diversidad sexual. Álvarez-Gayou y Camacho (2013) consideran que ésta se refiere a las prácticas no heterosexuales. Por tanto, este término no alude a la pluralidad de prácticas y creencias que regulan la expresión sexual en las distintas culturas del mundo.

Aun cuando cada persona se orienta y determina en cómo vivir y expresar su erotismo y afectividad, hay una serie de prejuicios que obstaculizan el ejercicio libre de su sexualidad. Basta echarle una mirada a las diferentes maneras de referirse a las personas homosexuales para darnos cuenta de la discriminación que se da al respecto: putos, maricones, lilos, marimachas, jotos, locas, manfloras, torcidas, degenerados(as), invertidos, chanclas, desviados(as), pozoleras, pervertidos(as), comepapaya, mariquitas, raros(as), amanerados, chopas, soplanucas, tortilleras, volteados(as), mariposones, mujercitos, del otro lado, mayates, closeteros, entre otros.

En este sentido, pueden verse actitudes homofóbicas que consisten en temores irracionales a la homosexualidad del otro, mis- mas que se traducen generalmente en miedo a compartir esos sentimientos o una aversión por la homosexualidad, lo cual violenta la libre expresión de las y los homosexuales.

El término homofobia se refiere a la aversión, odio, miedo, prejuicio o discriminación contra hombres o mujeres, aunque también se considera a las demás personas que integran la diversidad sexual, incluyendo a las personas transgenéricas y transexuales. La homofobia está relacionada con estructuras sexistas de la sociedad, y es un trastorno personal y social. “Con frecuencia los homofóbicos no respetan los derechos de las personas homosexuales, como el derecho a la vida y la integridad personal, a la educación y el trabajo, a la privacidad, al desarrollo de la sexualidad, a expresar amor y a formar una familia” (Álvarez-Gayou y Camacho, 2013, pág. 63).


Los falsos conceptos, las ideas distorsionadas y una serie de tabúes frenan las posibilidades del crecimiento sano de una persona.


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