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EL BULLYING ENTRE LAS NIÑAS

El bullying en México
Miradas que matan, susurros furtivos indican la punta de un iceberg que  es  el mundo  secreto  de la agresión femenina.

La intimidación entre los niños tiende a ser directa, consiste en agresiones físicas o verbales cara a cara. Por el contrario, la intimidación entre las niñas es indirecta, se lleva a cabo mediante la exclusión social, la humillación sutil y planificada, el daño a la reputación a través de sembrar un chisme y dejar que el rumor se propague. Los ataques suelen ocurrir a espaldas de los demás.

A lo largo de mi experiencia impartiendo conferencias he notado que la relación actual entre las mujeres es más cruel, quieren someter a los varones y, entre ellas mismas, el trato se vuelve más hostil y agresivo.

Es una violencia más sutil: crean intrigas entre compañeras, son humillantes, despectivas, hacen quedar en ridículo, inventan apodos y amenazan con divulgar un hecho privado. Lamentablemente, con el avance de la tecnología estos hechos no se quedan en el salón de clases, ya que se da a través de las redes sociales, haciendo el daño más fuerte.

Las niñas, al ser reconocidas y reforzadas para mostrar habilidades interpersonales, aprenden a valorar las relaciones como algo elemental en sus vidas. Desde pequeñas y gracias a sus juegos, se orientan a crear y mantener relaciones sociales.

Según una encuesta Mitofsky sobre el tipo de abusos enfrentados durante su vida escolar, tener un apodo fue lo más común, obteniendo 67% de las menciones, sufrir burlas por algún defecto físico como el uso de anteojos o sobrepeso 50%, que le escondieran sus pertenencias registró 47% y la violencia física 44%, destacando los hombres en los apodos y los golpes, mientras que las mujeres declararon haber padecido mayores abusos en burlas y que les escondieran o quitaran sus cosas.

Al leer la estadística anterior sobre el tipo de abuso más común entre las mujeres en los salones de clase puede verse cómo se señalan entre las mismas mujeres, y lamentablemente lo peor se da cuando, por pertenecer a su grupo de amigas, las víctimas reciben cualquier orden de la líder del grupo.

En muchas ocasiones la agresora femenina es experta en mostrar una cara linda y aceptable ante los adultos y otra muy distinta ante las niñas. Esta tendencia ayuda a que los adultos las vean como inofensivas al actuar de una manera confiable, con una actitud de “yo nunca hago nada” o “soy incapaz de decir eso”. Con un lenguaje sutil y no verbal, las niñas pueden estarse destrozando internamente mientras los adultos las ven jugando y platicando tranquilamente.

La sensación de poca valía que experimentan las víctimas provoca que no busquen ayuda. Muchas veces las niñas que son agredidas no se atreven a hablar sobre ello con sus padres o maestros. Sienten vergüenza de aceptar que no son tan socialmente hábiles como creen que una “niña buena” debería de ser. Y, por lo tanto, toleran su dolor en silencio.

Es muy importante que los padres abran los ojos, que al consentir a sus hijas están creando niñas insensibles y prepotentes

La vergüenza, el sentimiento más feo que puede experimentarse, hace que muchas veces prefieran quedarse calladas. La pregunta es: “¿Cómo encarar a la más popular, la niña que todos quieren?” Esto hace que el bullying entre niñas sea cada vez más practicado y rebase el bienestar social y de salud de nuestras niñas.

Antes había un grupo de niñas que defendía a los que molestaban, cómo es posible que las niñas se estén volviendo más violentas, que no exista una diferencia entre lo que hace una niña y un niño.

Es muy importante que nos quitemos la idea de que la fuerza, la rudeza y la agresión sólo pueden ejercerla los niños. Se supone que las niñas son incapaces de acosar, discriminar o lastimar a otras niñas de manera física, verbal o psicológica.

El daño que se está causando es permanente. Es muy importante mencionar que la violencia física entre las chicas es cada vez mayor. Desde la idea de defenderse y mostrar que ellas son iguales que los hombres comienzan a golpear a sus compañeros para que las respeten. Esta conducta se les va haciendo común, incluso se hace cada vez más fuerte.

Una de las mayores motivaciones para agredir tiene que ver con pertenecer al grupo. Las niñas pueden sentir que para pertenecer es necesario excluir o criticar a las otras. Poseer información, sea real o inventada, es visto como una ruta de acceso al grupo.

En las conferencias que damos a los padres de familia tenemos un dato preocupante sobre la influencia de los valores:

Los medios de comunicación han incrementado en 43% y el medio ambiente ha incrementado en su influencia en nuestros valores hasta 23%. Lo cual hace que nuestro sentido de pertenencia sea el mayor impulso para dejar que las niñas sean influidas por las otras, o pedirle a los padres que les compren la muñeca o la ropa de moda para sentirse dentro del grupo de sus “amigas”.

Suelen quedarse calladas ante las injusticias por seguir a la líder del grupo, o por miedo a que la violencia se vuelque hacia ellas.

Hay que considerar que el bullying no sólo afecta a la víctima, también tiene graves consecuencias para el agresor y para los cómplices, así como un fuerte impacto en la sociedad porque se corre el riesgo de volvernos indiferentes ante los hechos violentos, toleramos que niños y jóvenes perciban la violencia como un espectáculo y no como una amenaza que atenta contra la convivencia sana y armónica.

Es muy importante que los padres abran los ojos, que al consentir a sus hijas están creando niñas insensibles y prepotentes. Sabemos que consideran sus “reinas”, sus “princesas”. Es importante que esto sea solamente dentro de la casa, porque el mundo exterior es diferente.

Muchas veces a través de los juguetes también se filtran violencia y conductas destructivas a los hijos. Regalarles 10 minutos sin tecnología al día les permitirá estar en contacto con ellos, que perciban que estaremos ahí, que tengan la confianza para contarnos lo que viven dentro del salón y que dejen atrás el miedo y la vergüenza y comiencen a levantar la voz, para vivir en salones libres de bullying, llenos de solidaridad y empatía.

Alma Figueroa

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