La actual preocupación de muchas universidades mexicanas y latinoamericanas por la internacionalización está relacionada con la presencia y ubicación de éstas en los rankings universitarios que realizan distintas instituciones y organismos que pretenden mostrarnos, desde su perspectiva y metodología, una clasificación cualitativa de las mejores universidades del mundo, paradójicamente basada casi siempre en indicadores cuantitativos.

Empezaremos por entender qué es un ranking. En concomitancia con el desarrollo y boom de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), un sinnúmero de instituciones, empresas, personas y grupos de investigadores realizaron diversos tipos de clasificaciones relacionadas con la educación, los negocios, los sitios web, actores, actrices, deportistas, música, etcétera, con base en distintos indicadores y criterios para medir la presencia, importancia y calidad de los entes considerados para clasificarlos de mayor a menor en una lista que pueda ser observada o consultada por múltiples personas y desde distintas latitudes del mundo. Esta actividad tiene su origen en países anglosajones, se utilizaba para valorar la calidad de escuelas de negocios y se amplió para abarcar Instituciones de Educación Superior (IES) en distintos países del mundo.

Actualmente los rankings se han puesto de moda, pues existe una serie de instituciones o grupos (algunos muy serios, otros no tanto) interesados en clasificar —por distintos motivos— muy diversas cosas. Sin embargo, lejos de servir, en muchas ocasiones crean confusión e incertidumbre. No obstante, son puntos de referencia para muchas instituciones, empresas o personas en la toma de decisiones importantes.

Para las comunidades universitarias de investigadores, académicos y autoridades de las instituciones educativas, el ranking es un referente que permite contrastar las debilidades y fortalezas del quehacer académico e institucional con el propósito de tener un diagnóstico, grosso modo, de su ámbito educativo, e implementar medidas correctivas con la intención de avanzar en el mejoramiento de la calidad académica y gestión universitaria.

Los rankings universitarios —motivo de este artículo— se publican semestral o anualmente. A manera de ejemplo mostramos tres de los rankings más importantes a nivel mundial y algunos de los indicadores de mayor relevancia que son utilizados por estas instituciones para la clasificación que realizan.

Enseguida, presentamos un prototipo de estos rankings.

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De los ejemplos anteriores observamos que los primeros lugares son ocupados principalmente por universidades de los Estados Unidos, que junto con el Reino Unido, son líderes en muchos aspectos del entorno mundial. Por supuesto, también lo son en el ámbito educativo, pues son países altamente desarrollados en donde las empresas invierten grandes cantidades en instituciones educativas con el fin de incentivar la investigación y el desarrollo tecnológico que les proveen conocimientos, tecnología e información de vanguardia, mismos que aplican en sus procesos productivos, administrativos y de expansión.

Tomemos como ejemplo a Harvard (universidad privada), que cuenta con una matrícula de 20 mil alumnos aproximadamente, y un presupuesto para 2013 de 33 mil 719 millones 513 mil 991 dólares (más de 430 mil millones de pesos mexicanos),1 situación que pone en clara desventaja a las IES mexicanas y latinoamericanas, pues en el caso de México la que más presupuesto recibe es la UNAM, que en el ejercicio de 2013 tendrá 33 mil 719 millones 513 mil 991 pesos con una matrícula de 336 mil estudiantes.

La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) ejercerá un presupuesto de 4 mil 479 millones de pesos, es decir, unos 358 millones 320 mil dólares aproximadamente. En esta misma tónica se encuentra el resto de las universidades mexicanas.

Ante estas cifras es evidente la abismal diferencia en cuanto a los presupuestos de las universidades de primer mundo y las de los países en desarrollo.

No obstante, siempre existe la preocupación de algunos académicos y autoridades de por qué nuestras instituciones no aparecen en los rankings mundiales, o por qué aparecen en los últimos lugares. Las razones saltan a la vista, pues los subsidios asignados a la educación superior por los gobiernos federal y estatales son raquíticos.

Además de ser una cuestión de peso, es de pesos también. Es decir, para que una universidad clasifique en los primeros lugares, se requiere fundamentalmente de un presupuesto multimillonario que permita apuntalar y desarrollar la investigación en todos los órdenes, innovación de los procesos educativos, infraestructura tecnológica y edificada, bibliotecas, docentes de alta calidad académica, etcétera, elementos que constituyen el andamiaje necesario para la consecución de un puesto en los rankings mundiales y figurar como una universidad de clase mundial.


En concomitancia con el desarrollo y boom de las TIC, un sinnúmero de instituciones realizaron diversos tipos de clasificaciones relacionadas con la educación.


Por otra parte, los costos para los alumnos que quieren estudiar en este tipo de universidades multimillonarias son inalcanzables para el común de las personas en nuestro contexto, pues según La voz de Houston: “El precio promedio que un estudiante tiene que pagar es de 39 mil 518 dólares por todos sus gastos. El año pasado, el costo de las clases y otras tarifas fueron de 29 mil 056 dólares, lo que constituye un aumento de 4%. Con respecto al alojamiento y comida, la cantidad promedio fue de 10 mil 462 dólares. Después de considerar las becas y subvenciones, el estudiante promedio pagó 23 mil 840 dólares por estudiar en universidades como Yale y Stanford”.2

(aproximadamente 7 mil 119 millones de dólares), que comparado con el presupuesto de Harvard, resulta risible. En relación con la cantidad de estudiantes, ninguna de las universidades estadounidenses se compara con las mexicanas, que tienen que recibir al mayor número posible de jóvenes que demandan educación superior, siendo la UNAM la que alberga la mayor matrícula de todas con una población estudiantil de más de 300 mil alumnos, situación que limita aún más los recursos destinados para la educación media superior y superior. Por esto y por muchos factores más, difícilmente podemos aspirar a tener universidades de clase mundial en los rankings internacionales.

No obstante, la rankinomania, como todo proceso surgido de la globalización, también ha alcanzado a nuestro país. Aunque en menor proporción, encontramos en el ámbito nacional los siguientes ejemplos:

DESVENTAJAS

A continuación mostramos algunas de las desventajas o debilidades que, a decir de muchos estudiosos del tema, tienen los rankings ejemplificados:

1)  No existen bases de datos globales de información universitaria que permitan evaluar a las 17 mil instituciones de educación superior que hay en el mundo;
2) Se basan en premios que sólo son accesibles a élites académicas y científicas;
3) Las clasificaciones se hacen con base en artículos de investigación citados y en los datos que proporcionan las propias universidades;
4) Existe mucha opacidad sobre la metodología usada para establecer los rankings, y
5) La metodología utilizada en las clasificaciones no está regulada ni estandarizada.

Adicionalmente, los criterios e indicadores considerados analizan aspectos que sólo incluyen parcialmente las diversas actividades y acciones que la universidad tiene como misión y visión en su quehacer académico; por ejemplo, dejan fuera la difusión de la cultura, la vinculación con los distintos sectores de su entorno socioeconómico, la extensión universitaria, la participación de estudiantes en proyectos de investigación, calidad de los programas de estudio, oferta educativa, cobertura educativa, etcétera.

Utilidad de los rankings

En algunos casos, los rankings universitarios son utilizados como guía para estudiantes y profesionales que pretenden continuar estudios a nivel universitario, pues les permiten elegir la opción que más se adecue a sus necesidades, condiciones y aspiraciones éticas, profesionales y laborales.

Conclusiones

De poco sirve figurar en los primeros lugares de los rankings —como sucede con Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes— cuando en nuestro país existen rezagos y carencias de toda índole.

Por otro lado, los acuerdos comerciales internacionales mantienen a los países tercermundistas en el papel de maquiladores, evitando el desarrollo tecnológico y científico que permita la independencia en estos rubros.

Por esto, en el corto y mediano plazos muy difícilmente podremos aspirar a tener una universidad de clase mundial en México, pues ni siquiera estamos insertos en la dinámica de la sociedad del conocimiento. En buena parte, las IES mexicanas continúan con prácticas docentes arraigadas en el pasado, dejando de lado la gran potencialidad de la virtualidad —entre otros muchos elementos. Entonces, nuestra preocupación y ocupación debe ser otra; ocuparnos en que el desarrollo de nuestras universidades se ajuste a nuestras necesidades, contexto, indicadores y nivel de progreso, sin perder de vista que lo que realmente nos interesa como universitarios es incidir de manera efectiva, crítica y científica en la mejora de nuestro entorno y país. Es decir, la preocupación por los rankings debe estar orientada al trabajo para mejorar la calidad de la educación superior, pero ligada a las prioridades y necesidades locales y nacionales desde una perspectiva global.

 

Lázaro Vázquez Y Romero
Coordinador del Foro de educación superior de la BUAP.

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